martes, 15 de noviembre de 2011

Savia Nueva - Parte I



Mi nombre es Thar y nací hace quince años en Bramwell, un pueblo no muy lejano al lugar en el que me encontraba en ese momento y en el que me hubiera gustado no estar, Tristán. Como todos los niños de aquella época, me crié con las terroríficas historias de la mítica Tristán, pero con los años dejé de creer en ellas. Sin embargo, al encontrarme en aquel lugar no pude evitar recordar los sórdidos cuentos que me relataba mi abuelo junto a la chimenea durante los fríos inviernos.

El cielo era una manta de nubes grises que apenas era capaz de atravesar el Sol. Se acercaba una fuerte tormenta, aunque ese era el menor de nuestros problemas. Un cuervo graznó desde uno de los tejados en el momento en que emprendió el vuelo haciendo que una teja se deslizara hasta partirse en mil pedazos en el suelo. El paisaje era desolador. En el centro del pueblo estaba lo que quedaba del pozo y las casas de piedras grises apenas se aguantaban en pie. Tristán había sido consumida por el fuego mucho antes de que yo naciera, pero según me había contado mí abuelo, el fuego llegó después de que un mar de pavorosos engendros emergiera de las profundidades para acabar con la vida de aquella próspera villa.

Mi maestro me hizo señas con disimulo, no quería llamar la atención de nuestros acompañantes. Me acerqué hasta él y recogí un puñado de monedas de entre unos huesos consumidos por el tiempo. Esa iba a ser toda mi recompensa por el momento, aunque por lo menos, mi maestro compartía algo del botín, puede qué con el tiempo también compartiera su sabiduría y me enseñara el noble camino a la luz.

El viejo de la posada ha dicho que al llegar a la plaza central debemos dirigirnos al norte, hacia aquella montaña - Les contó mi maestro al resto para que no prestasen atención y yo pudiera meterme las monedas en el sayo.

Ante la curiosa y perversa mirada de las alimañas, abandonamos el pueblo que antaño fue frecuentado por numerosos héroes y comerciantes en busca de gloria y riquezas. No pude resistir la tentación, antes de irme, de mirar hacia atrás y observar por última vez la terrible herida que era Tristán. Vivimos en un mundo repleto de mentiras, mentiras que dejamos que nos cuente por que las necesitamos para poder conciliar el sueño y cuando por fin la realidad viene a por nosotros ya es demasiado tarde para reaccionar y nos pisotea dejando pueblos arrasados.

Al darme la vuelta para seguir al grupo, tropecé con algo y caí al suelo arrancando una nube pútrida, negra y maloliente. Mi maestro me ayudó a levantarme, mientras nuestros dos compañeros nos miraron con desprecio.

Vamos chico - Me dijo - Si sigues haciendo tanto ruido, me quedaré esas monedas que has cogido.

Lo siento - Balbuceé - Nunca he estado en un sitio como este.

Necesito que demuestres lo valiente que puedes llegar a ser.

Me dio unos afables golpes en el hombro con su mano acorazada y se apartó de mí. Dolorido en mi orgullo, eché un último vistazo a la gran jaula que me había hecho caer y me alejé preguntándome si alguna vez algún hombre estuvo preso en ella.

Siguiendo los pasos de mi maestro, no pude evitar recordar la noche anterior, cuando llegamos a Nueva Tristán y todo parecía mucho más fácil. Debía ser cerca del anochecer, pero era imposible saberlo porque llevaba tres días lloviendo con furia. ¿Acaso nunca brillaba el Sol en aquella tétrica región? El pueblo nos recibió con indiferencia, como si estuviera acostumbrado a los desconocidos. El herrero dejó de golpear el metal al rojo vivo y nos miró con su único ojo, escupió sobre el barro y continuó con su tarea como si no hubiera visto a nadie. Reconozco que se me puso la piel de gallina y por primera vez me arrepentí de seguir a mi maestro en sus andaduras. Nos detuvimos junto a la posada, atamos a nuestros cansados caballos y entramos con la esperanza de encontrar comida caliente y algo de cobijo. La luz nos cegó al abrir la puerta y el agradable aroma del cerdo recién asado nos dio la bienvenida. Mi maestro se dirigió hacia la barra y allí habló con un hombre de mandil sucio y rostro poco amigable. Después de cruzar unas pocas palabras, deslizó algunas monedas sobre la madera y me hizo señas para que le siguiera.

Cuidarán de los caballos hasta mañana - Me dijo - Ven, sentémonos con nuestro hombre.

Caminamos por entre las desiertas mesas hasta la que estaba situada en la esquina más alejada, pero más cercana a la chimenea que estaba encendida. Allí nos esperaba un hombre bastante roído por el tiempo. No sólo es que fuera anciano, es que el paso de los años había consumido su piel de una forma espantosa. Pequeños orificios se esparcían por su cuerpo sin respetar ninguna parte. Manos, brazos, cuello y por supuesto la cara eran un sádico tributo a la viruela más sangrante que había visto en mi vida.

Nos quitamos las capas de viaje, las colgamos al calor de la chimenea y nos sentamos frente al enigmático hombre que bebía a sorbos pausados algo que parecía ser un té caliente. Mi maestro mostró un sobre lacrado que había sido abierto hacía ya un mes.

¿Me habéis enviado vos este reclamo? - Preguntó con sequedad.

El viejo se limitó a asentir, tomó un largo trago de su infusión y después inspiró con fuerza.

Es un honor estar en presencia del famoso paladín de la luz Vedesfor, apodado, seguramente con acierto, El Muro.

Ese es mi nombre y así me llaman, ¿Cuál es la misión tan peligrosa de la que me habla en esta carta?

Oh, vaya - El viejo parecía sorprendido ante tanta falta de tacto - No esperaba hablar de negocios tan pronto, pero me imagino que estarán cansados del viaje y desearán descansar en una cama seca y caliente.

Así es, la travesía desde Kurast ha sido larga.

Lo sé. No se imagina lo que me costó mucho encontrarle, se lo aseguro - Explicó el anciano - Por suerte, su nombre es conocido en todo Santuario y tengo algunos conocidos en esa ciudad con los que comercio habitualmente.

Mi maestro cruzó los brazos sobre el pecho y observó con impaciencia al hombre que les había hecho venir desde tan lejos.

Está bien, está bien. Ya veo que lo suyo no son las relaciones diplomáticas.

Si lo fueran no hablarían de mí y creo que por eso me habéis pedido que venga. No por mi lengua, sino por mi espada.

Cierto es - El viejo me miró por primera vez desde que me sentara a la mesa y sentí que el estómago se me revolvía - ¿El chico le acompaña en todas las misiones?

Es mi escudero y me seguiría hasta la misma tumba del Señor del Terror si yo se lo pidiera.

En fin, hablemos de negocios.

El viejo levantó una huesuda mano repleta de gruesas venas y dejó un saco con una generosa cantidad de monedas de oro.

Tengo un cliente muy interesado en una joya que se perdió hace mucho tiempo y que pagará una importante suma de dinero por ella. El tesoro en cuestión se trata de un poderoso anillo llamado Piedra de Jordan y que lleva desaparecido más de treinta años. Llevamos tres buscándolo y creemos que por fin hemos dado con su paradero real. Según nuestras investigaciones, en la vieja Tristán vivía un tullido chico llamado Wirt que, inexplicablemente, parecía tener acceso a muchos tesoros. No sabemos cómo, pero se hizo con el anillo y lo ocultó con avaricia. Desgraciadamente, murió cuando Tristán fue presa de las llamas. Sin embargo, hasta mis manos llegó, no hace mucho, un pequeño diario que hacía las veces de libro de cuentas y en él relataba algunos de sus secretos y la forma de llegar a tres de sus escondrijos. Hemos investigado dos y los encontramos saqueados, por eso creemos que el tercero es el sitio correcto, sobre todo después de perder a dos de nuestros hombres.

He oído hablar de esa preciada joya y estoy convencido que estará bien protegida.

Enviamos a dos exploradores poco antes de escribir esa carta que habéis recibido y nunca volvieron. Esta tierra es peligrosa y todavía quedan bestias lo suficientemente inteligentes como para reconocer el verdadero valor del anillo.

Mis servicios son caros...

El problema no es el dinero - El viejo empujó con dos dedos el saquito de monedas hacía mi maestro - Esto sólo es el veinticinco por ciento de la cantidad final. Espero y deseo que sea suficiente para que podamos contar con vos.

Estamos a su servicio.

El anciano bebió de su taza de barro con satisfacción.

Hay otra cosa - Dijo - Mi cliente no soportaría más fracasos, así que no iréis solos.

No me gusta trabajar con desconocidos - Contestó mi maestro.

Tranquilo, no son tan afamados como vos, pero estoy convencido de que darán la talla.

Mi maestro se levantó, recogió las capas y me tiró la mía.

Eso espero, por que no pienso ponerme en peligro por la incompetencia de los demás.



Continuará...


Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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