jueves, 24 de noviembre de 2011

Savia Nueva - Parte III



Continuamos por los angostos pasillos de las cuevas. En ocasiones teníamos que dar la vuelta al encontrarnos un camino sin salida y en otras nos encontrábamos con un pasaje derruido. La guarida de Wirt era un largo laberinto de intrincados pasadizos naturales, lo que me hizo dudar de que pudiéramos encontrar el tesoro y puede que incluso la salida. En algunos tramos había orificios ocultos en la piedra en los que brillaban restos de algún tesoro escondido por el joven comerciante del pueblo, en otros tramos descansaban estanterías polvorientas, rotas y siempre vacías. Pasaron los minutos e incluso las horas y mi nerviosismo decreció con la misma velocidad en que lo hacía mi afecto por Abrahel. Su aroma turbaba mis sentidos y sus labios se habían adueñado de mis miradas más íntimas. Todo en ella me atraía, especialmente su voz que era una seductora melodía que ahondaba en mi corazón para susurrarme sueños imposibles. Era bella, muy bella, pero también bastante más mayor que yo y nunca se fijaría en mí como me gustaría, aunque eso no me importaba. En ese momento podría haber hecho por ella cualquier cosa, hasta la más ruin de todas las peticiones la habría ejecutado con mecánica prontitud, pues mi corazón se había hecho dueño de mi razón y mi corazón ya le pertenecía a ella.

No fue hasta pasadas unas horas que llegamos a los pasajes más profundos y encontramos lo que parecía unos restos humanos de aspecto desagradable y peor olor.

- Este debe ser uno de los exploradores que enviaron antes.

Nadie hizo ningún comentario, pues podían imaginarse que fue devorado por los muertos vivientes que allí habitaban.

- ¿Qué es ese olor? - Se quejó el druida que tenía un olfato mucho más sensible que el resto.

- Estoy seguro de que no viene de este cuerpo, debe ser algo más grande.

- ¿También lo oléis?

Abrahel sacó un pañuelo de su escote y se tapó la nariz con suavidad en el mismo instante en que una espantosa criatura apareció de entre las sombras. Podría decirse de ella que había sido un hombre en su vida pasada, posiblemente el otro explorador, pero que en ese momento era una masa gigantesca de piel traslúcida bajo la que se movían cosas repugnantes. La obesa monstruosidad se acercó a nosotros con los ojos fuera de las órbitas y la mandíbula desencajada. Mi maestro la embistió con el escudo y la carne estalló por la violencia del impacto. Un centenar de sanguijuelas blancas se vieron liberadas de su huésped y empezaron a moverse por el suelo en busca de más víctimas. Vedesfor retrocedió horrorizado esgrimiendo la espada para abrirse paso, mientras las criaturas clavaban sus dientes perforando sus botas metálicas.

- ¡Apartaos! - Exclamó Abrahel.

La maga separó las manos y entre ellas apareció una masa de fuego y piedra que fue ganando tamaño con cada palabra que surgía de sus labios. Mientras tanto, las viscosas sedientas de sangre se acercaban con ojos ciegos, pero con un sentido excepcional para encontrar comida y puede que otro huésped para poner sus huevos. La ígnea piedra se desprendió de sus manos y cayó sobre aquellas cosas que gimieron y se retorcieron cuando la explosión acabó con sus miserables vidas.

- ¿Qué era eso? - Pregunté.

- No lo sé chico - Contestó mi maestro - ¿Alguno de vosotros ha visto alguna vez algo igual?

Sus compañeros negaron con la cabeza y semblante preocupado.

- Debemos ir con cuidado, puede que nos encontremos con alguna sorpresa más.

Ya no hubo bromas ni palabra alguna. Hasta Theomer mantuvo la boca cerrada, atento a cualquier ruido que les pudiera dar ventaja ante cualquier peligro que pudiera aparecer. Sus rostros de preocupación eran una declaración de intenciones. Lo que había empezado con una misión rutinaria en la que el mayor peligro radicaba en unos lentos muertos vivientes, se había convertido en algo mucho más peligroso. No era necesario decir que algo desconocido les aguardaba, algo mucho más peligroso que unos cuerpos reanimados, y eso era precisamente lo que más les aterraba, pues las criaturas desconocidas siempre suelen incluir sorpresas mortales.

Poco después de reanudar la marcha me di cuenta de que Abrahel tocaba la pared y dibujaba un símbolo en ella.

- Tranquilo - Me dijo al ver mi cara de preocupación - Es nuestra forma de encontrar la salida.

- ¿Qué es? - Pregunté intrigado.

- Es una runa, se llama Shael.

El anagrama relumbró durante un instante y después desapareció. La maga me miró y sonrió al ver mi cara de sorpresa.

- Cuando queramos salir se iluminarán si pronunciamos su nombre.

- ¡Creo que hemos llegado! - Exclamó Vedesfor.

Efectivamente, al final del largo pasadizo, lo suficientemente ancho para que cupieran cuatro hombres, había una sala ligeramente iluminada por un pobre rayo de luz que provenía del exterior. Con los nervios a flor de piel, nos acercamos hasta la entrada y pudimos comprobar que antiguamente había estado cerrada por una verja que se encontraba a medio bajar formando un ángulo extraño.

- Alguien ha estado aquí antes - Dijo Theomer con su extraña voz.

- Puede que hayan sido los exploradores - Comenté.

- Dudo que llegaran hasta aquí, esta verja está así desde hace mucho tiempo - Aseguró mi maestro - Parece que quisieron abrirla por la fuerza.

- No me da buena espina todo esto - Se quejó el druida de nuevo - Podría ser una trampa.

- En ese caso, será mejor que te quedes aquí fuera - Me dijo Vedesfor.

El enorme oso que era Theomer fue el primero en pasar, tras él mi maestro y por último Abrahel. Fue extraño ver como se separaban de mí dejándome al otro lado de los barrotes oxidados. No sé si lo hicieron por protegerme o por evitar que fuera un estorbo si se trataba de una trampa. En cuanto la llama que brillaba en la espada de mi maestro iluminó la estancia, los tesoros que en ella había destellaron con vida propia. En el mismo centro de la sala de piedra había un gran montón de monedas de oro, piedras preciosas, piezas de armadura, algunas armas y un pedestal dorado. Sobre él estaba aquello para lo que nos habían contratado, la Piedra de Jordan. La estancia era grande y el techo se perdía en lo oscuridad, teniendo como única referencia el pequeño agujero por el que entraba un débil rayo de luz.

- No toquéis nada todavía - Advirtió mi maestro.

- Hay alguien más - susurró Theomer torciendo el hocico - Puedo olerle.

La verja se cerró bruscamente con un ruido ensordecedor. Abrahel corrió hacia mí y juntos intentamos levantarla de nuevo, pero fue inútil. Una añeja risa se propagó por toda la sala y una cegadora luz iluminó la parte más alta de la sala que se había convertido en trampa. Cuando las llamas se apaciguaron, cinco hombres envueltos en túnicas y un anciano con la espalda encorvada que se apoyaba en un bastón aparecieron en la balconada disimulada en la piedra y que rodeaba toda la estancia.

- ¡Tu! - Exclamó mi maestro al reconocer al viejo que le había contratado.

- Así es - Contestó el anciano mientras se sentaba en un trono esculpido en la piedra - En estos momentos os debéis estar preguntando por qué. ¿Me equivoco? No, claro que no.


Continuará...


Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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