sábado, 31 de diciembre de 2011

Garrafilada - Parte II


El sol penetró en el interior de la carreta como una lanza en busca de una víctima a la que despertar y, lentamente, volví en mi al sentir la luz sobre mis párpados. El tintineo de los frascos de cristal me hizo recordar donde me encontraba. Sus contenidos ya no parecían tan horribles como la noche anterior, incluso algunos botes que creía haber visto llenos estaban completamente vacíos. Mi torturada mente me había jugado una mala pasada, puede que ni siquiera hubiera ninguna Agneta hija de Abrahel. ¿Y si me había vuelto loco? Salí a la parte delantera del carromato con el temor de no poder asumir mi posible falta de cordura, pero con la misma valentía que me había llevado a acabar con una monstruosidad de mil toneladas venida del abismo.

Una jovencísima Agneta me recibió con una amplia sonrisa. En cierta manera, era la misma chica que recordaba de la pasada noche, pero más joven y con una belleza muy diferente a la de su madre. Su rostro sencillo, sin un solo rasgo que destacase por encima de los demás, era la conjunción perfecta entre lo bello y lo discreto. Así como su madre era un embriagador vino que colmaba los sentidos, Agneta era la fresca agua de un tranquilo río.

- Veo que te has despertado - Me dijo la joven - ¿Recuerdas quien soy?

Asentí con algo de timidez mientras me sentaba a su lado.

- Siento haberte confundido con tu madre - Me disculpé - Estaba un poco confuso.

- No te preocupes. Ahora bien, me gustaría saber de qué la conocías.

- Íbamos juntos en una misión...

- ¿Tú también? - Preguntó con incredulidad - ¿No eres demasiado joven?

- Yo opinaba lo mismo, no te creas - Contesté con pesar cuando algunas imágenes vinieron a mi cabeza.

- ¿Qué pasó?

La pregunta que acababa de formular Agneta era bastante difícil de contestar, sobre todo la parte en la que debía relatar la forma en como su madre había muerto. Con poca predisposición, intenté explicar lo acaecido saltándome los sórdidos detalles de la trampa de la que fueron víctimas. Por último, expliqué lo que me pasó al salir de las grutas y a quien
me encontré allí.

- ¿Una maga de Xiansai? - Preguntó con incredulidad - ¿En serio? Llevo toda la vida queriendo ir a aquellas tierras, pero mi madre no quería ni acercarse. Decía que allí utilizan la magia de forma irresponsable.

- Pues te aseguro que aquella mujer sabía lo que hacía. Los cascotes pasaban a nuestro alrededor a una velocidad antinatural. Fue todo un prodigio.

Hubo un instante de silencio un tanto incómodo y fui yo quien decidió continuar la conversación por otros derroteros mucho menos dolorosos para ambos. Ya habría tiempo para ahondar en los recuerdos.

- ¿Dónde estamos? - Pregunté.

- Lejos de Nueva Tristán, hacia el Oeste. Puede que estemos a tres días a caballo.

- Mejor, no me gustaría que nos siguieran.

- ¿Por qué deberían seguirte? - Quiso saber Agneta.

- Estaba presente en el momento de... bueno ya sabes. Saben que iba con ellos y que la criatura me persiguió. Por cierto... - Me interrumpí al darme cuenta de algo importante - ¿Cómo acabé contigo? No lo entiendo, estaba con aquellos tres desconocidos cuando perdí el conocimiento.

- Te encontré en medio del bosque cuando buscaba algo de madera para el fuego.

- ¿Y no viste a nadie más?

- No - Contestó como si no le importase lo más mínimo.

El bosque se abrió para dejar paso a un paisaje de colinas verdes y pequeños montículos rocosos. Un conejo gris se paró en medio del prado, con sus orejas recortadas por el sol, y nos miró con ojos curiosos poco antes de salir corriendo a toda prisa. El resto de la mañana transcurrió con rapidez gracias a la fluida conversación que mantuvimos. Resultó que teníamos más en común de lo que podría haber imaginado, pues ella y su madre habían viajado por Santuario aceptando dinero a cambio de alguna peligrosa tarea que cumplir. Compartimos recuerdos de ciudades o parajes que nos habían impresionado para bien o para mal, descubriendo que nuestros gustos y nuestros temores eran parejos.

El sol llegó a su cenit bañando las colinas con su calor en el mismo instante en que nuestros estómagos reclamaron algo de atención, así que hicimos un alto en el camino junto a un pequeño riachuelo. Recuerdo que hablamos mucho sobre qué hacer con nuestras vidas. Fue un momento extraño para dos desconocidos que no sabían nada el uno del otro y que debían llegar a un acuerdo. Podíamos separarnos y viajar cada uno hacia su destino, pero a ninguno de los dos nos pareció una buena idea. Por fin, tras un buen rato de mucho debatir, Agneta accedió a acompañarme a Bramwell, mi pueblo natal, para ver a mis padres. Después yo debería acompañarla hasta Puerto Real para que tomase un barco que la llevase hasta Kurast. Su intención era llegar a Xiansai para ser admitida en alguna escuela y así aprender de los grandes magos.

El almuerzo que preparó Agneta me pareció el mejor de los manjares después de varios días sin comer. Con fruición di buena cuenta del sencillo estofado y de la panceta asada. Estaba realmente impresionado con las dotes culinarias de mi compañera, pero cuando quise mostrar mi gratitud por tanta atención, me hizo callar llevándose el dedo índice a los labios. Su expresión relajada había desaparecido y en su lugar había una de profunda preocupación.

- ¿Lo oyes? - Me preguntó.

- No - Contesté llevándome un trozo de panceta a la boca - No oigo nada.

- Precisamente.

Dejé de masticar para intentar entender a que ser refería y no tardé en darme cuenta del silencio que nos rodeaba. Nada, salvo el río con su constante rumor, hacía ruido y el viento transportaba un olor inconfundible.

- ¿Estamos rodeados? - Pregunté, aun sabiendo que así era.

- Sin nuestras armas estamos muertos - Aseguró Agneta con el semblante rígido - Tu espada y mi cayado están en el carro, tenemos que hacernos con ellos antes de que nos den alcance.

- Cuando tú me digas.

La joven miró en derredor esperando el momento adecuado a pesar de no ver a ninguno de sus enemigos.

- ¡Ya!

Como una exhalación salimos corriendo hacia el carro en el mismo instante en que veintena de Caídos se dejaban ver. Dos de ellos se interpusieron en nuestro camino, pero cayeron al suelo al recibir nuestra embestida. Los caídos siempre me habían parecido unas criaturas deleznables por su aspecto y su putrefacto hedor, pero más por su vergonzosa falta de valentía. Siempre atacaban en masa, pero si conseguías eliminar a uno de ellos los demás huían como gallinas perseguidas por un hambriento lobo. Al llegar al carromato una de esas criaturas nos sorprendió desde el interior saltando sobre nosotros. Gracias a mis rápidos reflejos conseguí evitar que cayese sobre Agneta, pero a costa de verme derribado por él. Sentí sobre mí el fétido aliento que emergía de sus pútridas entrañas. Sus ojos, rojos y crueles, se clavaron en mi cuello rebosantes de lujuria asesina al ver latir mi yugular.

Su espalda explotó convirtiendo al Caído en una columna de fuego viviente que se alejó de mí rodando por el suelo mientras gritaba de dolor.

- Te agradezco la ayuda, pero lo tenía todo bajo control.

- Toma tu espada - Contestó Agneta - Y no seas tan fanfarrón.

Tal y como era de esperar, el tumulto de Caídos empezó a alejarse tras ver caer a su compañero, sin embargo, un pavoroso grito les obligó a detenerse. De detrás de uno de los montículos un Caído mucho más alto que el resto apareció empuñando un arma extraña que, a pesar de parecer arcaica y de pobre manufactura, podía resultar muy eficaz.

- ¿Qué es eso? - Pregunté aterrorizado.

- No tengo ni idea, pero parece que sus amigos le tienen más miedo a él que a nosotros.

La estampida de temerosas criaturas se volvió en nuestra contra y, con el miedo a las represalias dibujado en sus ojos, se abalanzaron sobre nosotros. Poco o nada podíamos hacer para defendernos, aun así lo intentamos y conseguimos mantenerlos a raya durante unos cuantos minutos, pero nuestras jóvenes fuerzas empezaron a flaquear y acabaron por
apresarnos.

Tumbado sobre el suelo con una de esas garras rojas sujetándome la cabeza, vi como reducían a Agneta y la tiraban junto a mí. Sentí un extremo de las cuerdas cerrándose sobre mis muñecas y el otro presionándome el cuello. Mi orgullo guerrero se expresó usando mis labios para desafiar a nuestros atacantes, pero ellos sólo se limitaron a jactarse sintiéndose
los vencedores de aquel combate desigual.

- Cargadlos - Gritó el grotesco Caído que tanto temor provocaba entre los suyos - Debemos llegar al campamento antes de que caiga el Sol.

Nos metieron en la que había sido la carreta de Agneta y uno de ellos tomó las riendas entre las carcajadas sin darse cuenta de que alguno de sus compañeros había dejado junto a nosotros nuestras armas. Con una mirada Agneta y yo nos entendimos. Era demasiado pronto para volver al combate, antes tendríamos que recuperar fuerzas, pero volveríamos a intentarlo tarde o temprano.

El enorme y musculado brazo del Caído que encabezaba aquella pequeña partida entró en el interior de la tienda y cogió ambas armas.

- Esto me lo quedo yo - Dijo - Allí donde vamos no las necesitáis.

- ¿Dónde nos lleváis? - Preguntó Agneta con fría calma.

- A nuestro poblado - Contestó el Caído desde fuera de la carreta - A Garrafilada.





Continuará...

Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

No hay comentarios:

Publicar un comentario