sábado, 31 de diciembre de 2011

Garrafilada - Parte III


Junto con el anochecer llegó el horripilante olor que siempre acompaña a los campamentos de Caídos. A través de algunos agujeros en la cubierta del carro, pudimos ver el lugar donde íbamos a morir. Nos encontrábamos en la ladera escarpada de una montaña bastante alta, pues el aíre enfriaba nuestros huesos y las nieves pintaban los picos colindantes. Por todos lados habían construido chozas de palos aprovechando cada recoveco natural de la roca para convertirlo en un resguardo contra el frío. Unas pequeñas hogueras alumbraban las tinieblas que se cernían sobre Santurio, convirtiendo el paraje en un oscuro lienzo donde danzaban figuras y sombras amenazantes.

De no ser por el grotesco Caído que parecía controlarles, habríamos acabado hechos pedazos, pero el respeto y el miedo que provocaba en los suyos era tal que, cuando habló, ni uno sólo del centenar de Caídos osó pronunciar una palabra.

- ¡Llamad al chamán! - Les ordenó con su potente voz.

Al instante media docena de ellos corrió por el campamento en diferentes direcciones para cumplir la orden de su señor, con la única intención en sus mentes de conseguir un trato de favor por su parte.

- El profeta se ha pronunciado, traed al chamán inmediatamente.

Aquel que había hablado estaba de pie junto al carro y portaba un estandarte rojo con una garra de tres dedos dibujada. Caminaba más erguido que el resto y su porte era soberbio, algo bastante poco habitual en esa raza, pero lo más extraño era la sensación de retorcida inteligencia que parecía desprender.

- Le ha llamado profeta - Me susurró Agneta - Nunca había oído hablar de un profeta entre los Caídos.

- Los tiempos están cambiando - Contesté con pesar - El mal se organiza, preparándose para intentar acabar con el mundo de nuevo.

- ¡Silencio!

El fuerte brazo del que todos llamaban profeta me sacó del carro para dejarme tirado en el suelo y, como buitres que huelen la agonía del moribundo, media docena de pequeños Caídos me rodearon.

- ¡Tú! - Dijo el profeta señalando a la criatura del estandarte - Asegúrate de que lo enjaulen con los otros.

- Sí, mi señor.

Mientras me arrastraban, pude ver como sacaban a Agneta del carro y la dejaban con suavidad en el suelo, como si no quisieran hacerle daño. Había algo inquietante en la actitud hacia ella, aunque, por otro lado, me sentía aliviado al ver que no la trataban mal.

De repente, mis captores se detuvieron y una enorme y redonda cara me miró desde arriba. Aquel nauseabundo Caído me observó con ojos encendidos y un puñal entre sus dedos, pero antes de que pudiera hacerme nada, una cadena de metal tiró de la argolla que se cernía sobre su cuello casi inexistente. Comprobé con temor, como arrastraban al Caído deforme en dirección a mi compañera. Aquella bestia demoníaca caminaba de forma antinatural debido a su gigantesca barriga que parecía estar a punto de reventar para impregnarlo todo con sus vísceras. De la cadena tiraba un encorvado Caído que se apoyaba en un palo adornado con un ramillete de pequeños cráneos al que rápidamente identifiqué como un chamán.

Los chamanes solían ser los inteligentes del grupo, además de los más débiles físicamente, seguramente por eso su dominio de la magia era bastante importante. Sin embargo eran el doble de cobardes que el resto de sus hermanos y no dudaban en lanzar a los suyos a una muerte segura que pudiera protegerles mientras huían. Aquel chamán en particular, llevaba su piel rojiza adornada con pinturas ocres formando intrincados laberintos de símbolos ininteligibles dándole un aspecto especialmente poderoso.

Mis guardas me arrastraron unos cuantos metros más y me metieron en una jaula con bastante pocas contemplaciones mientras el Caído del estandarte corría en pos de su señor para estar bien cerca de él y poder prestarle servicio en caso de necesitarlo.

- ¿Es doncella? – Preguntó una voz a mi espalda.

Al volverme, descubrí que no estaba sólo en mi cautiverio y que tres hombres me acompañaban. Dos de ellos estaban sentados en uno de los rincones de la amplia jaula y el que me había hablado se puso a mi lado con la vista fija en Agneta.

- La chica – Aclaró - ¿Es doncella?

- No… No lo sé.

- Pues esperemos que lo sea.

- ¿Qué tiene eso de importante? – Le pregunté sin entender el interés que podía tener su virginidad.

- Observa y lo verás – Me aconsejó el extraño.

El chamán y el Caído de descomunal barriga alcanzaron al profeta y entonces entablaron una conversación en su idioma. Poco o nada pude entender por sus palabras, pero sus actos evidenciaron sus intenciones.

El profeta sujetó por la cuerda que todavía ataba las manos y el cuello de Agneta y le levantó la falda hasta dejar a la vista unas pantorrillas blancas y suaves. El chamán, por su parte, tiró de su mascota para obligarle a acercase a la chica que intentaba liberarse a toda costa. Puede que tuviera las manos atadas, pero no así los pies, por lo que la patada que le propinó al Caído de ojos saltones fue tan fuerte que le hizo perder el equilibrio y caer de espaldas.

El alboroto no se hizo esperar y sus hermanos rompieron a gritar desaprobando la actitud poco cortes de su prisionera. Uno de ellos, el que debía ser demasiado valiente e inconsciente, saltó de entre el tumulto para intentar morder una de las suaves piernas, pero el profeta, mucho más rápido de reflejos, lo agarró al vuelo y lo lanzó al suelo donde le puso la pata sobre el pecho hasta que sus costillas se partieron con un crujido aterrador. El mensaje fue captado por el resto de inmediato y el silencio se apoderó del campamento.

De nuevo, el chamán tiró de la cadena y su mascota volvió a meter su cabezota entre las piernas de Agneta que ya no luchaba tras ver cómo el profeta había ajusticiado a uno de los suyos de forma fría y despiadada. El frenético Caído empezó por olisquear sus muslos muy cerca de las rodillas y subió por ellos hasta alcanzar su íntima feminidad donde se detuvo durante un instante antes de retirarse con rostro de sorpresa.

El frenético y loco Caído fue lento en sus movimientos y el profeta consiguió apartar a la chica antes de que las purulentas fauces se cerrasen sobre ella. El chamán, satisfecho con el resultado, le dio un trozo de carne fresca a su mascota y juntos volvieron hasta su choza al otro extremo del campamento. Agneta, en cambio, fue arrastrada y enjaulada junto a una de las chozas más grandes que parecía pertenecer al profeta.

- ¿Qué ha pasado? – Le pregunté al extraño que me había hablado momentos antes.

- Ese Caído gordo que has visto adora especialmente la carne de las vírgenes, es capaz de devorar cualquier cosa, pero ante una doncella pierde cualquier signo de inteligencia que pueda quedar en esa cabeza corrupta.

- ¿Y ahora qué?

- Tu amiga está a salvo, ya has visto como ha reaccionado. Si el profeta no la aparta a tiempo, a tu chica le faltaría un brazo o puede que dos.

- ¿Qué harán con ella?

- No lo sé, pero lo que te debería preocupar más es que harán con nosotros. Según he podido averiguar antes de que me capturaran, es que están haciendo batidas por los alrededores para capturar a vírgenes. Lo que hacen con ellas lo ignoro.

El extraño hablaba con elocuencia y convencimiento, por lo que no era un mero campesino. Tenía el pelo largo y negro que le alcanzaba los hombros, una barba demasiado bien recortada como para llevar demasiado tiempo en cautiverio y vestía completamente de negro. Pero lo que más me llamó la atención fue la cicatriz que lucía en el pómulo izquierdo y que tenía forma de cruz. Una vez mi maestro me habló de alguien así y fue bastante convincente al advertirme que me alejara de él si se cruzaba en mi camino.

- ¿Quién eres? – Quise saber.

- Me llamo… Karl Schleifer





Continuará...

Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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