viernes, 16 de diciembre de 2011

Savia Nueva - Epílogo


Los golpes de su bastón resonaban por la gruta de forma inquietante. En las paredes talladas toscamente, colgaban los blasones de tela negra. Dos espadas cruzadas bajo el cráneo de un carnero de retorcidos cuernos era el emblema de su señor. Se detuvo un momento para recuperar el aliento, pues su salud no le permitía muchos esfuerzos y los pasillos estaban demasiado inclinados.

Reanudó el camino y pronto encontró las escaleras. Las subió lentamente, parándose en cada escalón para no perder el equilibrio y caer. Ya faltaba poco para conseguir lo que su señor le había pedido y entonces recuperaría su juventud. Al final de las escaleras encontró unas puertas que tuvo que empujar con todas sus fuerzas para poderlas abrir. El viento de la cima le azotó en la cara y revolvió su barba blanca. No entendía por qué su señor había decidido instalarse en lo alto de la montaña, pero no iba a ser él quien le contradijese. Sentado en su trono de huesos, de espaldas a la puerta con la espada envainada, le esperaba su señor, que miraba las tormentosas nubes con aire ausente.

- El experimento ha sido un éxito, mi señor - Dijo el viejo mientras se arrodillaba haciendo crujir sus huesos.

- Lo sé, pero la criatura ha nacido debilitada.

Fue tan solo un susurro, pero la maldad impregnaba cada una de sus palabras volviéndolas dagas afiladas que cortaban la piel.

- La sangre de las vírgenes le dará más poder y le hará invencible - Se excusó el anciano.

- Eso está por ver.

Su señor se levantó y caminó hacia el precipicio con aire taciturno.

- Pero no te he hecho venir por eso.

- Dígame señor, en que puedo servirle.

Era la primera vez que le veía de pie y le pareció alto como dos hombres. Su armadura negra con ribetes dorados se retorcía formando figuras puntiagudas y su yelmo de hierro se asemejaba al cráneo de un carnero enfurecido. Era pavorosa su figura y su porte, pero no más que su afilada espada.

- Junto con tus tres héroes caídos ha venido un chico...

- Así es, pero su hazaña a dependido más de la suerte y la debilidad de nuestra criatura que de su destreza con el arma.

- ¡Silencio!

La orden fue como un rugido que a punto estuvo de hacer estallar el corazón del viejo comerciante. Su señor extendió el brazo y abrió la mano enfundada en metal, mostrando un pequeño frasco redondo con un líquido anaranjado que borboteaba en su interior.

- Tómalo y volverás a recuperar las fuerzas.

- Gracias, mi señor - Contestó el anciano abalanzándose sobre el milagroso frasco - Le estaré eternamente agradecido.

- No lo estés, pues voy encomendarte una difícil misión.

- Haré lo que usted me ordene.

La férrea mano le agarró de la mugrienta camisa y le levantó hasta quedar a pocos centímetros del yelmo.

- Garmond, mi fiel sirviente - Susurró - Matarás a ese chico y me traerás su cabeza o me encargaré de que te pudras en el abismo.


Fin

Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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