martes, 14 de febrero de 2012

El poder del odio - Parte II


Mientras hablábamos con los que serían nuestros nuevos compañeros en esta aventura tan peligrosa, la posada se vació por completo. Karl les puso al corriente de lo que podríamos encontrar en la fortaleza de los Kharza y cual sería nuestro objetivo. En aquel momento, mientras le escuchaba, me di cuenta de cuál había sido uno de mis primeros errores. Pese a lo que yo creía, al caza demonios no le importaba en absoluto rescatar a Agnetta y lo único que quería era eliminar a cuantos más hombres cabra pudiera, incluyendo a su jefe Gouler. En su imperfecto plan no había cabida para la búsqueda de la joven maga. Tal vez por precaución o por falta de valor, no le interrumpí para recordarle cual debía ser nuestro verdadero propósito, así que los nuevos integrantes sólo conocieron los detalles que Karl les describió.

Poco antes de que Heinrich cerrara las puertas de la posada, deshicimos nuestra reunión y acordamos vernos por la mañana para emprender el camino hacia la fortaleza. El acuerdo, además de las riquezas que pudiéramos encontrar por el camino o saqueando a las víctimas, incluía un total silencio respecto a nuestro destino, por tanto, al partir nadie sabría a dónde nos dirigiríamos.

Karl y yo subimos las escaleras de acceso a la segunda planta, donde se hallaban los dormitorios. Nuestra habitación, pues dormiríamos juntos, pero apartados del resto de inquilinos, era un simple cubículo de un metro de ancho por dos de largo con una litera de dos camas y un ventanuco por el que entraba la suave luz de la luna.

Me quité las botas y me encaramé al lecho superior de la litera de madera con el sueño cerrando mis párpados. Apenas recuerdo nada más antes de quedarme dormido, pero pasado un rato me desperté sobresaltado por un sueño en el que un exhumado me arrinconaba en un callejón y un centenar de pútridos brazos me agarraban para evitar que presentara batalla. Alterado y nervioso, no pude conciliar el sueño así que bajé de la litera para ir a buscar algo de agua para refrescar mi garganta reseca y descubrí que no era el único que no podía dormir, pues Karl no estaba. Le encontré en el salón, frente a la chimenea apagada, sentado sobre una mesas y con una de sus dagas dibujando acrobacias entre sus dedos.

- No podía dormir – Le dije – Parece que no estoy tan recuperado como creía, tengo el gaznate seco como el desierto.

No me contestó. Hasta yo me daba cuenta del cambio de actitud que había sufrido tras mi milagrosa reanimación. Ignoraba que barruntaba, pero sentía una malsana curiosidad que me llevaría a cometer el error que aún hoy me persigue.

- ¿Estás preocupado por lo de mañana? – Pregunté mientras me sentaba a su lado con una jarra de aguamiel que había conseguido de detrás del mostrador – Supongo que no entraremos por la puerta principal…

- ¿Por qué me preguntaste por Yddrisil?

La daga detuvo de repente su veloz danza y mostró su afilada punta. Fue como si la hoja me hubiera atravesado el corazón.

- Supongo que fue simple y llana curiosidad.

Karl me miró con los ojos repletos de sospecha mal contenida.

- Te creía más listo – Se limitó a decir.

No cabía duda de que me encontraba en una situación delicada. El caza demonios había sabido interpretar bien las pistas que yo había ido dejando sin darme cuenta. Cuan ignorante era por aquel entonces. Nadie se despierta después de dos semanas de fiebres y lo primero que hace es preguntar por un demonio sin motivo alguno. Debía hacer algo y pronto para no levantar más sospechas, pero nunca debí hacer lo que hice.

- Hubo algo más en el sueño – Le contesté.

- ¿La viste?

- Sí, se encuentra en el tercer nivel de los calabozos, encerrada en un mausoleo de paredes de plomo y acero.

- ¿Qué te dijo?

- Al principio sólo oí susurros que no llegué a entender – Mentí.

Me estaba viendo obligado a contar una parte de mi sueño que hubiese preferido ocultar, pero intentaría esconder el detalle más escabroso de todos, pues no me convenía que supiera que era mi madre.

- La vi sentada en un rincón del mausoleo, mirándome con dulzura, atrayéndome hacia ella. Noté su poder, casi podía sentirlo rozándome la piel. Extendió sus manos para tocarme, para cogerme del brazo, pero me alejé de ella. No recuerdo su rostro y el único detalle que se grabó en mi mente fue el de las estrellas tatuadas en sus manos.

- Debes tener cuidado con ella – Me advirtió Karl – Deberías habérmelo dicho desde el principio, esto cambia las cosas. Si Gouler ha conseguido retener a Yddrisil es que es más poderoso que ella y eso nos pone en una situación muy comprometida.

- Lo siento.

- Si vuelve a ponerse en contacto contigo me lo tienes que decir – Continuó – No sé porqué se ha fijado en ti, pero es una experta en engaños y debemos ser precavidos. Entraremos en la fortaleza y buscaremos a Gouler, le mataremos y después te irás con el resto.

- ¿Quieres enfrentarte a ella solo?

- Tengo una cuenta pendiente y, esta vez, no se podrá escapar.

- ¿Qué te hizo?

La pregunta pareció sobresaltar a Karl más de lo esperado, pero no demostró ofensa alguna. La daga volvió a moverse rápidamente por sus manos.

- No puedo decir mucho, tan solo es la típica historia de cómo uno llega a ser un caza demonios…

Nací en un pueblo, en el seno de una familia que se dedicaba únicamente a la cosecha de trigo y algunas hortalizas sin más pretensiones. Aprendí de mi padre las formas en cómo se debe cuidar la tierra para que te recompense con sus mejores frutos y de mi madre obtuve el cariño y su comprensión cuando hacía alguna travesura. Crecí sano, fuerte y disciplinado gracias a sus enseñanzas, pero todo se torció cuando debía tener una edad parecida a la tuya.

Era una de esas noches en las que la luna se oculta tras las nubes y una lluvia fina lo empapa todo. Estaba sentado con mi padre en el porche de casa fumando un poco de tabaco de pipa a espaldas de mi madre, ella siempre decía que era malo para la salud. Bromeábamos sobre Pit y su hijo, un par de ladronzuelos a los que habían vuelto a pillar robando en las reservas de comida del ayuntamiento del pueblo, como siempre hacían. Nos parecía gracioso y para nosotros aquel incidente era lo más importante que pasaba en el pueblo. Sí, vivíamos ajenos al mundo, alejados de cualquier mención a Diablo y a sus hermanos que por aquel entonces ya campaban a sus anchas.

Mientras estábamos en el porche, a mi padre le cambió el semblante de repente, había oído algo y así me lo hizo saber. Me ordenó que entrara en casa y me escondiera con mi madre en el sótano. Así lo hice, pero antes vi como cogía la horca de cuatro puntas que usábamos para recoger la paja. Cuando entré en la casa, mi madre estaba asustada y se resistió a bajar al sótano, pero finalmente me hizo caso.

Nos escondimos bajo las maderas del suelo y esperamos a que todo pasase. No sé cuánto tiempo pasó hasta que la trampilla volvió a abrirse y la voz de mi padre nos llamó.
Salimos del escondrijo y nos abrazamos a él aterrorizados, sin darnos cuenta de que todavía llevaba la horca en la mano. Fue entonces cuando oímos su voz, la voz de Yddrisil. Estaba sentada en una de las sillas y nos miraba divertida, por supuesto no sabíamos quién era, ni cuál era su fin, pero no tardamos en averiguarlo.

- Mátalos, amado – Le ordenó la mujer – Mátalos a ambos.

Mi madre, en un acto instintivo, me empujó para protegerme con su vida. Los cuatro gajos de la horca atravesaron su cuerpo y brotaron por la espalda salpicando mis ropas con su sangre caliente. No reaccioné y tuve que ver como las cuatro puntas de madera desaparecían y le atravesaban el cuello ahogando su grito. Entonces sí, corrí. Intenté salir de la casa, pero la puerta estaba cerrada. Aquello era una trampa e Yddrisil era la espectadora de lujo, era su forma de entretenimiento, después lo supe. No era la primera vez que lo hacía y no sería la última. Enamoraba con sus encantos a un hombre hasta convertirlo en su esclavo y después lo usaba a su antojo para matar a quien desease. Esa noche, sin embargo, su plan no salió exactamente como siempre, para su beneplácito.

Mi padre, si es que lo seguía siendo, me persiguió por la casa y a punto estuvo de conseguir asesinarme en varias ocasiones, pero yo era más rápido y hábil que él. Finalmente me acorraló en un rincón de la cocina entre la pica de fregar y el horno de leña que todavía estaba caliente. Supongo que fue por instinto, pero me defendí como nunca creí que podría haberme defendido. Cogí una de las sartenes de metal y golpeé a mi padre en la cara con todas mis fuerzas. Creo que en aquel momento fue cuando perdí el control, pues seguí estampando la sartén sobre él sin importarme que al tercer golpe ya estuviera muerto. Aplasté su cabeza en repetidas ocasiones más por temor que por venganza.

Yddrisil se rió de mí, se jactó de mi valentía, de mi furia desmedida y mi falta de control. Aquel descaro sirvió para que me diera cuenta de que ella era la culpable de todo lo que había pasado. Tomé la horca de mi padre y la ataqué con toda mi inexperiencia y falta de disciplina en combate.

Podría haberme matado, haberse comido mis vísceras mientras todavía estaba vivo, pero no lo hizo. Me redujo con facilidad y me desarmó. Me tiró al suelo y se sentó sobre mí, levantándose la falda y enseñándome todas sus vergüenzas desnudas.

- Aún eres joven, pero prometes mucho muchacho.

Se inclinó sobre mí y me lamió el rostro con avidez. Pude oler su acre olor, su pérfida maldad, su ser demoníaco, pero no pude resistirme a su maligno encanto y quedé prendado de ella. Dije cosas que en absoluto pensaba, le pedí que me tomara, que hiciera con mi cuerpo cuanto quisiese, pero ella me rechazó pues quería algo más.

- Cuando crezcas, búscame y te daré lo que deseas – Me dijo.

Me acarició con sus manos tatuadas, resiguió el contorno de mis facciones con sus dedos y entonces me marcó. Una de sus uñas se convirtió en una garra y me dejó una señal para reconocerme. Dibujó en mi cara una cruz que no se borraría nunca. Después, como la niebla, se esfumó de mi casa. Cuando me sentí liberado huí tan lejos como pude, caminé a la deriva durante días hasta que mi maestro me encontró medio muerto.


- Esa es mi historia, no muy distinta a todos los míos y bastante parecida a la tuya. Ambos hemos perdido a nuestros seres queridos y hemos presenciado las atrocidades que los demonios cometen con los humanos.

Aquella fue la única vez que vi a Karl realmente afectado. Tenía la mirada perdida, como si en el interior de sus pupilas se reprodujeran las imágenes de aquel entonces. Su sufrimiento me resultó tan parejo a mí que no pude evitar sentirme apegado a él. Mi maestro había muerto víctima de un atroz conjuro, Agnetta había sido raptada y podía verse implicada en el mismo conjuro diabólico. Nuestras vidas, aunque no paralelas, sí eran semejantes.

- Eres fuerte, Thar – Continuó – Has sobrevivido a una herida mortal, has acabado con dos monstruos terribles. Tienes algo en tu interior que te hace mucho más fuerte de lo que crees, no sé lo que es, pero debes aprender a controlarlo.

Karl guardó su daga en el chaleco negro y se acercó a la ventana. El silencio entre nosotros fue largo y duró unos minutos durante los cuales el caza demonios pareció estar meditando una decisión importante. De repente, las intenciones de Karl Schlieffer se revelaron dejándome sin habla.

- Quiero que seas mi alumno – Dijo.


Continuará...



Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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