martes, 14 de febrero de 2012

El poder del odio - Parte III


Amaneció demasiado pronto en el Túmulo de Cuervo Sangriento. Los primeros rayos de Sol entraron por el ventanuco de nuestra habitación y me encontraron despierto, pues no había podido conciliar el sueño. No paraba de preguntarme por qué mi vida se estaba complicando de aquella manera. ¿Por qué no podía seguir siendo el escudero de un Paladín de renombre? Es posible que fuera mi culpa o puede que no, en aquel momento no sabía nada, pero la experiencia acabaría por enseñarme muchas cosas importantes. Mi principal problema, aparte de no saber si era humano o demonio, era que un caza demonios temido en todo Santuario acababa de proponerme ser su pupilo. Lo que debería haber sido un cumplido para otros, para mí fue una dura e inesperada sorpresa. ¿Qué pasaría si acababa por descubrir que mi sangre no era humana? Que yo era el hijo del demonio que le marcó el rostro y que provocó la muerte de sus padres. Quería rechazar el ofrecimiento, pero hacerlo conllevaría consecuencias y si quería entrar en la fortaleza de Gouler y encontrar a Agnetta, no podía permitir que Karl me dejara fuera. Sin ninguna repuesta que poder darle, me levanté y bajé al salón que empezaba a llenarse con los viajeros más madrugadores, aquellos que la noche anterior habían sido más responsables con la bebida.

Encontré a Karl junto a la barra hablando con Einrich en voz baja y pasándole un papel que el posadero leyó con atención antes de guardarlo en un bolsillo de su delantal. Como si nada de aquello hubiera pasado, el caza demonios me recibió con una exclamación y los brazos abiertos, algo inusual en él. Sin embargo, acepté tanta amabilidad de buen grado.

- Einrich ha sido muy amable consiguiéndonos unos caballos y provisiones para nuestro viaje.

Recogimos las alforjas y nos dirigimos al exterior donde nos encontramos con nuestros nuevos compañeros. Kalil, Jamboe y Yuan esperaban junto a sus caballos con las armas preparadas en las sillas y sus propias alforjas llenas. Seguían cubiertos con sus capas marrones ocultando sus cuerpos por completo, por lo que era imposible ver sus vestimentas.
Unos minutos más tarde, los cinco salimos del asentamiento de las arpías en busca de una muerte más que segura en una fortaleza repleta de hombres cabra que, probablemente, acabarían masticando nuestros huesos. No me sentía nervioso por nuestro destino, pues mi mente estaba perdida en un complicado laberinto de decisiones. Dispuesto a averiguar algo más de Karl y de su peligrosa profesión, me adelanté hasta él.

- ¿Qué hace un hombre para llegar a ser un caza demonios? – Le pregunté.

- Odiar.

Clara y sencilla fue la respuesta, pero para mí obtusa lucidez no fue suficiente.

- Quiero decir… – Continué - ¿Qué se tiene que tener?

- Ya te lo he dicho. El poder de un caza demonios proviene del odio, cuanto más odio reside en nuestro interior, mayor es el daño que podemos hacer.

- Mi maestro decía que el odio es peligroso, que corrompe y consume a los hombres.

Karl esbozó una sonrisa agradable y relajada, carente de malicia, pero que me dolió como una burla.

- ¿Te has preguntado por qué sólo las almas torturadas pueden ser caza demonios?

Era una cuestión que no me había planteado, pero la respuesta me la acababa de dar hacía unos instantes. Una persona que hubiera conocido el dolor a través del mal provocado por criaturas demoníacas sentiría un odio visceral hacia ellas, pero eso, a mi parecer, no significaría que pudiera tener un gran poder en su interior.

- Hay algo que se me escapa – Admití – Odiar no te otorga ninguna ventaja sobre los adversarios.

- En eso tienes razón, si dejase que mi rencor me dominase acabaría muerto, pero no es así. Tú has visto lo que soy capaz de hacer y todo gracias a un entrenamiento especial y, sobretodo, disciplina.

- El odio y la disciplina son opuestos, ¿cómo se pueden dominar ambos?

- Caos y orden son contrarios, pero complementarios. Nosotros, los caza demonios, dominamos ambos y sacamos todo el beneficio posible de ellos.

- ¿Cómo se consigue?

- Todo a su tiempo, Thar.

Karl hizo retroceder a su caballo hasta nuestros compañeros para planificar las paradas de nuestro viaje. Fue una forma brusca de acabar con nuestra conversación, pero empezaba a acostumbrarme a su comportamiento brusco y hostil.

Durante el resto del día, no volví a mencionar el tema y dejé que la conversación fluyera hacia otros cauces menos delicados. Llegada la noche, Kalil nos explicó cómo se conocieron ellos tres. Al parecer, la casualidad o el destino, hizo que fueran en busca del mismo objeto legendario que sólo aparece en las leyendas más viejas de Santuario. El poder de Tyrael era una armadura qué, según se relataba en algunos escritos y en los cuentos populares, otorgaba a quien la vestía un poder celestial inigualable. Entre risas y bromas, nos contaron que bajo la cripta no encontraron nada salvo polvo, pero qué, sin saberlo, se enzarzaron entre ellos en una lucha que duró varias horas hasta que cayeron extenuados. Fue entonces cuando descubrieron que el largo y duro combate había sido inútil, pues alguien había llegado primero para desposeer al guerrero que yacía enterrado de su piel de acero. Desde entonces, caminaban juntos con la esperanza de encontrar la armadura y, entonces sí, enfrentarse en combate singular para decidir quién tendría el honor de vestirla.

A la mañana siguiente continuamos nuestro camino, pero no fue hasta el mediodía que divisamos la fortaleza desde la cima de una loma. La habían esculpido en la pared de la montaña y sus almenas y ventanas apenas eran visibles a simple vista. Esperamos pacientemente escondidos en una arboleda para observar los movimientos que se produjeron durante las horas que nos separaban del anochecer. Los Khazra eran numerosos y algunos pequeños grupos armados volvían de cacería con las presas dentro de unos sacos. En aquel momento no sabía de qué se alimentaban los hombres cabras, pero después pude saber que en ningún caso era de carne humana. Tal vez lo que había en el interior de aquellos sacos no eran más que unos cuantos conejos, algún zorro y puede que en el más grande un jabalí, pero mi mente imaginó cosas más terribles.

Viendo a los hombres cabra haciendo guardia en lo alto de la fortaleza, me di cuenta de algo importante que, sin embargo, no me ayudó a evitar cometer mi lamentable error. Observando a aquellas criaturas de patas peludas, cuernos alargados y rostros ligeramente humanos, no sentí ningún tipo de odio hacia ellas. No había en mi interior rencor o ánimos violentos que me empujasen a querer acabar con ellos por cualquier medio. Juro que lo intenté, que me imaginé cercenando sus cabezas, bañando mi espada en su sangre demoníaca, pero nada, salvo una suave excitación brotó en mí.

- Debes darme una respuesta, joven Thar.

Nos hallábamos encaramados en la copa de un árbol para mantenernos ocultos y poder espiar sus movimientos y Karl, que era un hombre muy directo en sus intenciones como ya había comprobado por aquel entonces, no dejó escapar la oportunidad de presionarme para que me decidiera.

- Entraremos esta noche – Continuó, ladeando la cabeza hacia la fortaleza para señalarla – No será fácil y tengo que saber si me acompañará un discípulo o un camarada.

- No hay mucha diferencia, ¿no? – Contesté en un vano intento de ganar tiempo - Ambos somos la misma persona.

- A un camarada puedo dejarlo morir si es necesario, pero la vida de un discípulo es una responsabilidad mucho mayor.

Su respuesta no me sorprendió en absoluto, pues nada más conocerle me utilizó para ganar tiempo en el campamento de Caídos. Volví a mirar a los Khazra que estaban haciendo el cambio de guardia con un orden demasiado humano. Seguía sin sentir odio hacia ellos, seguía sin querer matarlos y, lo que era peor, veía cierta elegancia en sus movimientos y en sus gigantescos cuerpos. Eran una mezcla maravillosa entre hombre y animal, aunando el porte marcial de los primeros con una descomunal presencia física. Puede que estuviera sugestionado por mis orígenes o que la sangre que corría por mis venas me hiciera ver las cosas de otra manera, pero para mí los Khazra no parecían horribles y aterradores.

Tenía la esperanza, también, de que en los calabozos aguardara Agnetta, por la que sentía una especie de fuerte lealtad al haber sido ella quien me recogiera en el bosque. Lo único que deseaba era rescatarla y salir de aquel lugar sin tener que enfrentarme a ningún peligro, pero eso era una tarea imposible. Ni siquiera sabíamos qué nos encontraríamos una vez entráramos, así que tomé un decisión que marcó mi destino y el de Karl para siempre. Un error que no tardaría en cambiar nuestras vidas.

- Acepto – Le dije – Seré tu alumno.

Karl sacó un colgante de debajo del justillo negro en el que brillaba una pequeña piedrecita de color azul intenso, después recitó un pequeño salmo en voz baja.

- Esta es la piedra del maestro – Me explicó – Me la entregó mi mentor el día que murió y cuando llegue mi hora todo su poder será tuyo. Cógela.

La piedra estaba caliente y emitía una pequeña incandescencia azulada.

- Ahora recita conmigo.

Una a una, repetí las palabras que pronunció Karl y al acabar la piedra se apagó para volver a ser simplemente curiosa.

- ¿Qué ha pasado? – Le pregunté con curiosidad.

El caza demonios volvió a guardar el colgante en el interior de su justillo.

- Hemos vinculado nuestras almas de forma que siempre podremos sentir nuestra presencia y, lo que es más importante, en todo momento puedo saber dónde te encuentras. Es una medida de seguridad que tomamos los nuestros para que maestro y pupilo siempre estemos unidos.

Si hubiera vendido mi alma al mismísimo Diablo no me habría sentido tan acorralado como en ese momento. Había aceptado el ofrecimiento de ser su alumno con la única intención de entrar en la fortaleza y rescatar a Agnetta, pero acababa de permitir que una persona tan peligrosa como Karl Schlieffer pudiera seguir mi rastro allí donde estuviera. Me había traicionado a mí mismo, pues no había sido mi deseo aceptar y no había tenido el valor suficiente para negarme. Ese, sin lugar a dudas, fue el error más grande de… mi vida.


Fin



Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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