martes, 14 de febrero de 2012

La morada de Morghal - Parte II


Me encontraba turbado por la forma en cómo se habían desarrollado los acontecimientos, pues habíamos tenido al alcance de la mano la liberación de Agneta. Sin embargo, me había dejado convencer por Karl para embarcarme en un plan descabellado en el que debíamos poner en peligro la vida de mi amiga a cambio de dar caza Garmond, el asesino de mi maestro. Debo reconocer que al principio el trato me pareció sugerente y tentador, pero tras perder de forma catastrófica a Agneta en manos de los secuaces de Garmond y darnos cuenta de que se dirigían a la morada de Morghal, el plan resultaba cuanto menos descabellado.

Y allí estábamos nosotros, persiguiendo a pie y campo a través a unos hombres a los que no habíamos visto y que iban montados a caballo. Con total seguridad, ya estarían apostados en la misteriosa fortaleza, mientras nosotros dos agotábamos nuestras fuerzas por llegar lo antes posible y evitar que Agneta acabase como tributo a Morghal, del que apenas sabía nada, salvo que era un monstruo terrible.

Después de varias horas de camino, nos detuvimos un breve instante para comer algo y recuperar el resuello, momento que aproveché para saber algo más respecto al monstruo que habitaba en aquella extraña fortaleza abandonada.

- ¿Qué es Morghal? – Le pregunté a mi compañero mientras le extendía un poco de pan duro que habíamos conseguido antes de abandonar Garrafilada, el asentamiento de Caídos.

- Por lo que la gente cuenta, se trata de un hombre o por lo menos lo que queda de él.

Karl Schleifer era más bien parco en palabras y costaba hacerle hablar, aunque poco a poco parecía que me estaba ganando su confianza. Cuan ingenuo era.

- Así que es algún no muerto o resucitado – Aseguré mientras me abría el justillo para curarme la herida que me había provocado Raikishi y que se obstinaba en mantenerse abierta supurando una mezcla de sangre y pus. Tan sólo esperaba que no se infectase, pues eso podría suponerme una muerte larga y dolorosa.

- Para serte sincero, nadie que lo haya visto ha vivido para contarlo.

- ¿Pero quién era Morghal? – Insistí con las facciones contraídas por el dolor que me provocaba pasar un paño húmedo por la herida - ¿Quién fue?

Mi compañero suspiró con obstinación, pues estaba claro que no quería entablar una conversación en aquel momento, aun así atendió a mi petición y me contó todo lo que se sabía de la historia de aquella vieja fortaleza…

“Muchos años atrás, cuando Tristán todavía no había sido consumida y los primeros rumores de que Diablo, el señor del abismo, moraba bajo la catedral empezaron a propagarse como la peste, existió un pueblo muy próspero llamado Ambertree que creció alrededor de un imponente castillo regentado por un justo señor llamado Émanor. Con su férrea mano y su valentía había sabido mantener a sus súbditos a salvo de todos los seres malignos que intentaron asaltar a sus habitantes.”

“Por aquel entonces, Émanor tenía un hijo en edad de casarse que se llamaba Érgus, sin embargo, ninguna doncella parecía digna de pasar más de dos noches en su alcoba. Después de muchas disputas, Émanor y Érgus se distanciaron hasta el punto en que el primogénito abandonó el castillo en busca de la tan ansiada libertad. Se desconoce dónde estuvo Érgus y las tribulaciones por las que pasó, lo único que se sabe es que volvió un año y medio más tarde acompañado por una mujer de modales exquisitos y exuberantes curvas.”

“Érgus presentó a su prometida y tras el beneplácito de su padre, ambos se instalaron en el castillo. Émanor se congratuló por tener de vuelta a su hijo tras tanto tiempo y organizó una cena en la plaza de la fortaleza para la celebración y a la que asistiría todo el pueblo, fueran cuales fueran sus riquezas.”

“Aquella misma noche, durante la cena y en presencia de todos los súbditos, Érgus asesinó a su padre de forma brutal ante la atenta mirada de su amada y misteriosa prometida que aplaudió con elegancia mientras la cabeza de Émanor era lanzada a través de la balconada. Lo siguiente que ocurrió en el castillo nadie lo sabe con certeza, pero son muchos los rumores. Algunos sostienen que Érgus, enloquecido, mató con sus propias manos a todos aquellos que allí estaban, otros aseguran que se bañó en la sangre de su padre para después abrir la tierra de la que salieron un centenar de criaturas hambrientas. En lo único que coinciden todas les historias es en que sólo hubo un superviviente, un viejo de aspecto decrépito que se hizo el muerto entre los cuerpos y que al amanecer, cuando Érgus se retiró a sus aposentos, pudo salir del castillo. De aquel hombre no queda ningún rastro y es posible que sea una mera invención, pero desde entonces nadie osa acercarse a la fortaleza por miedo a despertar al demonio que allí habita. Sin embargo, antes de poder huir vio como Érgus, en su titánica ira, traicionó a su amada e intentó matarla. Fue por eso que la mujer le maldijo corrompiendo su apuesto cuerpo y su hábil mente haciendo que no quedará ningún rastro del ser humano y naciese aquello que ahora conocemos como Morghal.”

Cuando Karl terminó, mi miedo era tan profundo que apenas podía sostenerme en pie. Si lo que contaba era cierto, en Morghal nos esperaba un guerrero atroz y salvaje que acabaría con nuestras vidas si éramos tan irreverentes como para presentarle batalla.

- Espero qué, ahora que sabes a que nos enfrentamos, tu curiosidad haya sido saciada.

Las palabras llegaron a mí como un sordo murmullo, pues me encontraba perdido en los recuerdos que rememoraban mi enfrentamiento contra el Mil Toneladas. Aquel día había tenido suerte, pero no me consideraba tan afortunado como para tentar a la fortuna de nuevo.

- ¿Tú le has visto? – Quise saber.

- No.

- ¿Qué fue de la mujer? ¿Era un demonio?

- Lo desconozco, pero sospecho que podría tratarse de un antiguo demonio llamado Yddrisil que moró por esa zona durante varios años y que tenía aspecto de mujer.

Yddrisil… cada una de las letras penetró en mi mente para grabarse a fuego en mi memoria. Nunca había oído ese nombre, pero estaba convencido de que jamás lo olvidaría.

- De hecho… - Continuó Karl – Yddrisil fue quien me hizo esto – Aseguró señalando la cicatriz en forma de cruz que desdibujaba su rostro.

- ¿Te enfrentaste a ella?

- Y estoy aquí porque huí y no me avergüenzo al contarlo. Hay momentos en los que se debe reconocer la derrota para salvar la vida.

- ¿Cómo era?

Karl me miró con rostro preocupado mientras masticaba un trozo de pan. Puede que fuera por la curiosidad inconformista que estaba mostrando o puede que por sus propios recuerdos, el caso es que me pareció ver un atisbo de humanidad en el interior de ese caza demonios de carácter indomable e independiente.

- Una mujer – Contestó al fin – Una mujer como cualquier otra.

Su respuesta me decepcionó tanto como me aterrorizó, que un demonio pudiera merodear por Santuario como una simple mujer suponía que todos estábamos expuestos a caer en sus encantos sin darnos cuenta de lo que realmente era.

Tras aquella tenebrosa conversación, continuamos nuestro camino con la misma intensidad que hasta entonces, pero no fue hasta que el Sol empezó a ocultarse que vimos dibujarse en el horizonte, recortado por los anaranjados y cálidos rayos, la fortaleza abandonada de Morghal. Caminamos por las inexistentes calles de un pueblo fantasma devorado por las malas hierbas y poblado de grajos y cuervos, mientras una espesa y fría neblina se levantaba con la llegada de la noche. Habríamos encendido una tea para abrirnos paso en las tinieblas, pero ni la teníamos ni era aconsejable revelar nuestra llegada, pues al parecer la niebla no alcanzaba el promontorio desde donde oteaba amenazante la ominosa morada de Morghal. Sus altas y espigadas torres que sorprendentemente se mantenían en pie nos observaban con altivez y sus gruesos muros parcialmente derruidos susurraban advertencias de lo que en su interior habitaba.

Emergimos de la bruma como dos supervivientes del naufragio de un navío para correr a toda prisa hasta alcanzar los muros. No sabíamos si habían apostado vigías o si Morghal nos observaba, así que cualquier precaución era poca. Karl señaló las marcas de un carro grabadas en la tierra que penetraban en el patio principal de la fortaleza. Como dos comadrejas nos adentramos en el interior aprovechando cualquier saliente para ocultarnos de la pálida y débil luz de la luna, sin embargo, al llegar al patio nos encontramos con un desvencijado carromato vacío por lo que decidimos separarnos para encontrar a los esbirros de Garmond. Karl se encargaría de los muros y los niveles inferiores si los hubiera y yo, muy a mi pesar por separarnos, del patio y los edificios que allí había. Las señas, por el contrario, no eran en absoluto atacar, sino descubrir la localización y volver a la entrada para trazar un plan que nos proporcionase la victoria.

El interior del castillo, que en algún momento debió ser una obra arquitectónica memorable dada su extensión, estaba derruido casi por completo. En su centro se erguía una de sus cinco torres rodeada por unos altos muros de diez metros de altura lo que la convertiría en el último bastión en caso de un ataque invasor. Alrededor de estos muros, había los escombros de una armería, unos establos desiertos y probablemente habitados por ratas y una humilde capilla, pero no parecía haber ningún rastro de los captores de Agneta y por supuesto tampoco de Morghal, del que empezaba a pensar que era sólo una leyenda.

Ni la armería ni los establos parecían el sitio adecuado para montar un campamento, así que me decidí a inspeccionar la capilla más por curiosidad que por las probabilidades de hallar algo. Agazapado y silencioso, me moví de una sombra a otra para no ser visto y tanto esfuerzo estaba empezando a hacer mella, pues la herida del estómago parecía latirme con fuerza. El dolor empezaba a ser tan intenso que tuve que detenerme un momento para asegurarme de que no me estaba naciendo un pequeño demonio del vientre. Desabroche el justillo y levanté la camisa empapada en sangre, la herida parecía estar gangrenándose y unas espantosas y hinchadas venas azules salían de la supurante brecha demostrando que mis peores temores se habían hecho realidad. La herida estaba infectada.

Tuve que sobreponerme al pánico de saberme muerto para poder cerrar el justillo y aventurarme a salvar a Agneta. Si yo tenía que morir de forma lenta y dolorosa, antes haría lo que había venido a hacer. Desenvainé la Venganza de Vedesfor y me dirigí a la capilla que en algún momento debió ser bella, pero que ahora, bajo la plateada luz de la luna parecía más un tenebroso cobijo de maldad. El discreto edificio estaba rodeado por un pequeño y maltrecho jardín de tierra húmeda en el que no eran capaces de crecer ni las malas hierbas. Un caminillo de piedras blancas, flaqueado por dos bancos también de piedra, alcanzaba la entrada como un puente que sortease un foso.

Abrí las puertas de podrida madera con los sentidos a flor de piel y la espada preparada para arremeter contra cualquier enemigo que pudiera aparecer, sin embargo, en el interior no encontré a nadie con el que desfogar mi frustración y odio. Me sentía cansado, muy cansado, el veneno que me infectaba estaba corriendo por mi interior más rápido de lo esperado así que al salir decidí sentarme en uno de aquellos apetecibles bancos.

Con la espada sobre mi regazo, acaricié sus runas recordando a mi maestro y sus enseñanzas que de tan poco habían servido. Recordé a Abrahel y a Theomer en su póstuma lucha y deseé poder morir de la misma manera, enfrentándome cara a cara contra un enemigo al que poder vencer, no contra un voraz veneno al que no se podía hacer frente con la espada. Incapaz de reprimirme, volví a mirar la herida y, pese a saber que era inútil, me arranqué un trozo de la manga de mi camisa y la limpie, pero todo esfuerzo era en vano, pues el pus y la sangre volvían a brotar con celeridad. Frustrado, tiré el paño empapado sobre la tierra mientras proyectaba mi frustración mascullando unos insultos.

De no haber tenido los ojos anegados en lágrimas y mi corazón cegado por la desesperación, habría visto como la tierra se tragaba el trozo de tela con ansia, pero no fue así. En aquel momento de mi vida, era incapaz de sobreponerme a algo tan inevitable como la muerte y aceptarlo como un sino escrito en piedra en nuestra existencia.

Cuando me di cuenta de que algo no iba bien, ya era demasiado tarde, ya que de debajo de la húmeda tierra del jardín de la capilla, se alzó ante mí una criatura horrible. Debía medir dos metros o más y su desfigurada cara era vagamente humana, sus manos no existían y en su lugar tenía dos muñones gigantescos repletos de afilados huesos negros. De todas las partes de su malformado cuerpo sobresalían rostros de cadáveres o más de esos mortales huesos. Había oído hablar de esa criatura en otras ocasiones, pero nunca había visto ninguna. Creo recordar de un antiguo escrito que leí, que aquella funesta bestia recibía el nombre de Exhumado pues estaba compuesta de innumerables cuerpos muertos.

El destino, pues, me sonreía ya que había deseado un adversario contra el que poder luchar y mis plegarias habían sido escuchadas. Frente a mí tenía al mismísimo Morghal y ante tamaño reto las fuerzas volvieron a mí relegando el lacerante dolor al olvido. Acaricié una última vez las runas de mi espada, me levanté para enfrentarme con honor y valentía a mi muerte y me puse en guardia para recibir la primera embestida de aquella sobrenatural bestia.


Continuará...



Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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