martes, 14 de febrero de 2012

La morada de Morghal - Parte III


Mi maestro Vedesfor me dijo en una ocasión que la vida es un juego peligroso que tiene como único objetivo ver amanecer el siguiente día. Por mucho que en su momento demostrara mi desacuerdo, pues consideraba la vida como un bien preciado repleto de cosas maravillosas como el amor, la familia o incluso una buena historia frente a la chimenea, en aquel preciso instante en el que uno de los abotargados brazos de Morghal intentaba arrancarme la cabeza, no pude, cuanto menos, que darle la razón. Tan solo un detalle hacía que el consejo no fuera aplicable a mi caso. Ya fuera por la monstruosidad que intentaba aplastarme o por el veneno que me devoraba por dentro, las probabilidades de que viera el día siguiente eran más bien escasas. Llegado a aquel extremo de mi vida, aprendí una lección muy importante. La valentía desaparece cuando no hay nada por lo que luchar y, sin embargo, había levantado mi espada para enfrentarme a Morghal y eliminar a uno de los más horribles vástagos demoníacos de la faz de Santuario. Dicen que el mundo es de los valientes, pero cuando un valiente no tiene nada por lo que derramar sangre, su único fin es luchar hasta el final y hacer todo lo posible para que, antes de morir, el cuerpo de su adversario yazca a sus pies. Morghal iba a pagar por mi muerte con la suya y eso sólo tiene un nombre: Venganza.

El banco de piedra sobre el que había estado sentado se partió en pedazos ante la descomunal fuerza del Exhumado, mi espada rasgó su mohosa piel levantando una fétida lluvia de sangre podrida mientras me movía hacia su flanco más débil. La reacción de Morghal no se hizo esperar y me empujó para alejarme. La carne extrañamente endurecida y abrupta de su hombro me golpeó en el pecho dejándome sin aliento y tirándome al suelo sobre la húmeda tierra que rodeaba la capilla. Prácticamente sin tiempo de reacción, vi como su otro brazo se abalanzaba sobre mí para triturar mis huesos, pero pude escapar en el último momento.

Me alejé de él unos metros, pues era de vital importancia para conseguir la victoria el mantenerme alejado de sus cargas y sus espinosas protuberancias. Únicamente debía acercarme para lanzar un tajo o una estocada.

Morghal me miró con sus ojos ciegos y anegados de maligna podredumbre y la verdosa lengua colgándole de su laxa mandíbula. Aquel ser carecía de mente o por lo menos de inteligencia, pero lo contrarrestaba con un voluminoso cuerpo repleto de afilados huesos negros y prominencias endurecidas. Su único punto flaco parecía estar en las piernas o el estómago siendo ese mi objetivo prioritario a la hora de provocarle algún daño.

El gorgoteante grito que lanzó mi enemigo poco antes de atacarme me puso sobre aviso de sus intenciones y no me costó esquivar sus golpes y causarle unas cuantas heridas en los costados. Sin embargo, cuando intentaba alejarme, mi vista se nubló y las fuerzas me fallaron debido al veneno que me corroía. La Venganza de Vedesfor se escurrió de entre mis dedos sin que nada pudiera hacer para evitarlo, pues no era dueño de mi cuerpo. Cómo un títere de circo di unos cuantos pasos hasta que me derrumbé como si me hubieran cortado los hilos que me daban vida. Mi rostro se hundió en la tierra y pude oler la putrefacción que en él vivía, una descomposición de la que formaría parte en unos breves instantes.
Alargué el brazo para recuperar mi espada mientras sentía los pesados pasos de Morghal acercándose a mí. Como una serpiente repté por el fango hasta que pude sentir la empuñadura en mi poder, momento en el que me giré para hacerle frente y protegerme del ataque que estuviera planeando realizar. Los imponentes brazos del Exhumado se levantaron sobre su cabeza para caer sobre mí con el peso de una montaña, pero algo le distrajo.

Con los ojos prácticamente cegados por el dolor y la consciencia a punto de abandonarme, pude ver que una saeta se le había clavado en el hombro y que Karl Schleifer empuñaba una pequeña ballesta. Quise avisarle de que se marchara, de que huyera, pero era incapaz de pronunciar una sola palabra pues tenía la boca bañada en sangre. Aun así, hice un último esfuerzo pues había encontrado la oportunidad que necesitaba para acabar con Morghal quien me había dado la espalda. Me levanté con piernas temblorosas y agarré con ambas manos mi espada. Jadeando, concentré todas mis fuerzas en mis brazos y me abalancé sobre él como un salvaje carente de inteligencia y rebosante de puro instinto asesino.

La suave brisa me despertó acariciando mi rostro con delicadeza. El cielo azul se extendía sobre mí como un domo de paz y tranquilidad. Una ardilla de pardo pelaje se encaramó sobre mi pecho y hurgó en los bolsillos de mi justillo para sacar de él un pequeño trozo de pan seco. Como una diminuta ladronzuela, la ardilla escapó con el botín sin percatarse de que yo estaba despierto.
No sabía cuánto había dormido, pero las fuerzas habían vuelto a mí y pude levantarme sin problemas. Tampoco la herida de mi estómago estaba y tan solo quedaba, como único recuerdo, una cicatriz.

- Me alegra verte de nuevo, Thar – Dijo una voz femenina.

Al volverme me encontré con una apuesta mujer de mediana edad con el pelo negro rizado, ojos marrones y unos delicados labios rosados que me sonreían. Vestía un largo vestido negro de gasa y puntilla que cubría como un manto la verde hierba del prado. Su delicado torso estaba enfundado en un corpiño negro con vetas blancas del que asomaban sus turgentes pechos que latían al ritmo de su respiración.

- ¿Quién eres? – Le pregunté.

Sus delicadas manos, adornadas por dos estrellas tatuadas, acariciaron mi mentón y sus ojos del color de la arcilla, me observaron con condescendencia.

- Sígueme – Se limitó a decir mientras se alejaba de mi.

Hipnotizado por su misterioso halo, hice lo que me pidió. Caminamos juntos durante unos minutos sin dirigirnos la palabra hasta que encontré la voluntad suficiente para romper el silencio.

- ¿Estoy muerto?

Ella negó con la cabeza sin apartar la mirada del horizonte plagado de montañas.

- ¿Estoy en un sueño?

- Lo estas, pero no es tu sueño.

Me detuve ante una respuesta tan incongruente, pues nadie podía estar en el sueño de otra persona. ¿O sí?

- No te de tengas – Me aconsejó – Tenemos ante nosotros un largo camino hasta nuestro destino.

- No lo entiendo, si no estoy muerto… ¿Dónde me encuentro?

- Estamos a unas pocas millas al norte de Tristán y nos dirigimos hacia aquellas montañas en busca de una fortaleza oculta.

- ¿Por qué?

La mujer ladeó la cabeza y se apartó los bucles de pelo que le caían sobre el rostro, mostrando el tatuaje estrellado del dorso de su mano.

- Luchaste como un valiente contra el Mil Toneladas y también contra Morghal – Concluyó con sobriedad – Creo que es el momento de que sepas realmente quien eres.

De nuevo volvió a repetir aquel gesto tan extraño. De nuevo volvió a acariciarme el rostro con sus manos, recorriendo cada ángulo y cada pliegue de mi piel. Y, de nuevo, volvió a lanzarme aquella misteriosa mirada repleta de nostalgia y tristeza.

- Tendrás que disculparme, pero para que lo entiendas todo debo remontarme a una veintena de años atrás…

“Por aquel entonces ya se sabía que Diablo había aparecido sobre la faz de Santuario y muchos aventureros viajaban en busca de dinero, gloria y recompensas a Tristán. Uno de aquellos jóvenes aventureros era Vedesfor, tu maestro, al que nadie conocía todavía como El muro. Le conocí en un mercado de un pequeño pueblo y quedé prendada al instante de su varonil atractivo, pero no pude acercarme para hablar con él, pues estaba comprometida con Gouler, quien me acompañaba aquella mañana.”

“Mi corazón siguió pensando en aquel extraño del mercado durante muchos días y muchas noches, mientras mi cuerpo moraba al lado de mi prometido quien me poseía sin cesar. No fue hasta un mes más tarde que hallé la oportunidad de huir del que ya consideraba mi captor, pues Gouler decidió marchar a la batalla con todo su séquito. Al día siguiente abandoné nuestra morada dejando a alguien con el encargo de matarle cuando volviera.”

“Me adentré entonces, en la nueva y apasionante aventura de encontrar a mi deseado caballero, pero no fue hasta un mes después que le hallé, gracias a la fortuna, a unas pocas millas de Tristán. Estaba malherido y con devoción me volqué en sanar sus heridas y cuidarle para que recuperara las fuerzas. Fue un largo tratamiento durante el que estuvo delirando mientras la fiebre le subía sin cesar. Sin embargo, se repuso y mi sueño se cumplió."

“Vedesfor se enamoró de mí tanto como yo lo estaba de él y ambos nos entregamos a la pasión como dos adolescentes. Nueve meses después nació un niño al que llamamos Thar y al que amábamos con toda nuestra alma, pero la tragedia se cernió sobre nosotros pocos meses después de tu nacimiento, pues Gouler nos encontró.”

“Recuerdo aquella noche como si fuera hoy mismo, estábamos en nuestra casa, una humilde casucha de piedras en el medio del bosque, muy cerca de un río. Yo estaba dándote de mamar, mientras Vedesfor cortaba algo de leña para acabar el tejado. La paz y felicidad que sentía mi corazón era tal que cuando vi aparecer a Gouler de entre los árboles creí estar viendo una aparición imposible. En cuanto me di cuenta de lo peligrosa que era la situación le di el niño a tu padre y le pedí que se marchara, pero era demasiado terco como para hacer caso a una mujer y cuando conseguí convencerle ya era demasiado tarde.”

“Lo que sucedió entonces fue realmente horrible ya que Gouler no era humano sino demonio, pero tu padre consiguió salir de allí contigo gracias a su arrojo y mi sacrificio. Sin embargo, todos los acontecimientos atormentaron a Vedesfor hasta el punto de dejarte al cargo de una familia de agricultores de Bramwell y marcharse a deambular por Santuario en busca de su propia muerte.”

Mi corazón palpitaba con fuerza en aquel momento, pues nunca pensé que Vedesfor pudiera ser mi padre. Por eso, deduje con acierto, cuando fue a buscarme a la granja los que habían sido mis padres me entregaron sin reparos a él, pero entonces…

- ¿Tú eres mi madre? – Dije con cierta torpeza.

- Sí, lo soy.

- ¿Estás muerta?

- No

Nos detuvimos en lo alto de una colina y señaló las montañas que se erguían a escasa distancia. Entre las escarpadas paredes verticales subía un camino lo suficientemente ancho como para que pasaran diez soldados hombro con hombro y, en lo alto, unos blasones azules con un cráneo de cabra en su centro ondeaban sobre las almenas.

- Ese es la fortaleza de Gouler – Me dijo – En su interior, en el tercer nivel de los calabozos, en un mausoleo de paredes de plomo y acero me hallo encerrada.

- ¿Eres presa de ese monstruo?

- No sólo eso, hijo mío, también soy víctima de atroces vejaciones.

- ¿Pero cómo puedo estar hablando contigo si estás allí encerrada?

- Soy poderosa, por eso Gouler me tiene encerrada, me desea tanto como me teme.

- Yo te salvaré – Aseguré más con el corazón que con el cerebro.

- No estoy hablando contigo para que pongas en peligro tu vida, sino para advertirte de que Gouler sabe quién eres.

Reconoció a Vedesfor en las cuevas de Wirt y dedujo con acierto quién eres tú. No cederá en su empeño por verte muerto y, de esta forma, hacerme sufrir a mí.

- No le temo…
- Tu amiga no es más que un anzuelo, no debes caer en su trampa. Abandónala y huye bien lejos de estas tierras.

Lo que mi madre sugería era mezquino, pero no tuve tiempo a rebatir sus palabras pues su imagen empezó a desdibujarse.

- ¿Qué está pasando? – Le pregunté.

- Despiertas y mi influencia sobre ti se desvanece – Me dijo mientras acariciando mi rostro con sus traslucidas manos – Huye de Gouler, abandona tu misión de salvar a la chica, salva tu vida…

Su vestido negro empezó a desvanecerse entre volutas de humo y una curiosidad urgente creció en mí al verme despojado de la compañía de mi recién conocida madre.

- ¿Cómo te llamas? – Le supliqué – Dime tu nombre.

Mi madre desapareció antes de que sus labios pudieran contestar a mi pregunta y el suelo empezó a resquebrajarse bajo mis pies hasta que un estallido de luz me cegó.



Me levanté de repente y noté una mano fuerte que me sujetó del pecho. Los felinos y avivados ojos de Karl me miraban con preocupación mientras posaba su mano desnuda sobre mi frente.

- Ya no tienes fiebre – Dijo – Reconozco que eres muy obstinado, no había visto a nadie aferrarse tanto a la vida como tú.

- A…agua, por favor.

Mi compañero me ofreció un poco del refrescante líquido.

- ¿Cómo te encuentras? – Quiso saber.

- Como si me hubieran pisoteado una manada de Wendigos.

- Para serte sincero, creo que te habría dolido menos – Bromeó.

Con preocupación, me levanté la camisa para ver en qué estado se encontraba la herida y me sorprendió ver que sólo había una cicatriz, igual que en mi sueño.

- ¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?

- Dos semanas.

- Gracias por salvarme, ¿mataste a Morghal?

- No me hizo falta, chico – Aseguró Karl – Tú lo hiciste por mí, atravesaste su cuerpo partiéndolo por la mitad como si fueras un salvaje bárbaro de las estepas heladas del Monte Arreat.

- ¿Qué hice qué?

Por segunda vez en semanas había acabado con un demonio con mis propias manos y no unos demonios cualquiera. ¿Cómo lo hacía? ¿De dónde salía tanta fuerza?

- No hablemos ahora de eso – Sugirió Karl – Deberías comer algo para recuperarte.

Mi compañero se alejó unos metros y arrancó una pata del conejo que se estaba asando sobre la pequeña hoguera. Si lo que decía sobre la muerte de Morghal era cierto, en mi interior residía una fuerza sobrehumana que yo mismo desconocía. Sabiendo como sabía que era hijo de Vedesfor, consideré muy posible que se tratara de parte de su herencia. Sin embargo una idea brotó a mi mente cuando, de forma inexplicable, una serie de hechos se asociaron de forma inverosímil.

- Karl, ¿puedo hacerte una pregunta?

- Por supuesto – Me contestó él pasándome la comida.

- ¿Cómo podría reconocer a Ydrissil si me la encontrara?

El rostro del mata-demonios se desencajó durante un instante al oír el nombre de la mujer demonio, pero supo recuperarse rápido y contestar a mi pregunta, confirmando mis mayores temores.

- Cuando la conocí llevaba unas estrellas tatuadas en las manos.


Fin



Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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