viernes, 1 de junio de 2012

Cuando el Sol se pone


El reloj de la cocina avisó de que ya eran las seis.

Morti aclaró a conciencia la taza de té para que quedara realmente limpia. Para Morti el orden y la limpieza eran una sana obsesión que le daba sentido a la realidad. Observó el agua recorrer sus arrugadas y huesudas manos. Los años no habían pasado en vano sobre su cuerpo, pero todavía albergaba una pequeña chispa de vitalidad para dejarlo todo en condiciones antes de partir.

Secó la taza de arcilla y la guardó en la estantería junto al resto, después dobló el paño marrón y lo colgó de la maneta del horno donde siempre debía estar para mantener la perfecta armonía. Arrastrando los pies por culpa del avanzado reuma que le estrangulaba la cadera, llegó a su habitación. La bombilla crepitó un instante antes de brillar con intensidad.

Su reflejo en el espejo tenía un aspecto inmejorable pese a la vejez. Se había vestido para la ocasión con un traje de color negro de raya diplomática, camisa blanca y una corbata con rayas diagonales que le sentaba fenomenal. Se amasó el pelo blanco para que estuviera perfectamente peinado hacia atrás, guardó las gafas de media luna en el bolsillo de la camisa y abandonó su habitación.

Llegó al salón y el Sol empezaba a caer en el horizonte derramando su cálida y anaranjada luz sobre su esposa, quien estaba sentada en la mecedora, tal y como la había dejado unos minutos antes. Con algo de esfuerzo, movió el sillón de respaldo alto que le había acompañado doce años y lo colocó al lado de la mecedora.

Con manos temblorosas fue quitando uno a uno los tubitos y las agujas que entraban en la piel de su compañera. Cuando terminó, le arregló el peinado y besó su fría frente con las lágrimas anegando sus ancianos ojos. Cuarenta y cinco años atrás empezaron a vivir la vida juntos, pero aquel sueño ya se había acabado para siempre.

Al sentarse al lado de su esposa, el Sol le deslumbró. Estaba siendo un atardecer perfecto, de esos que tanto le gustaban a ella. Le cogió la mano entrelazando sus dedos con los de ella y le dedicó una suave y sincera sonrisa.

Morti apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. 

Entonces, y sólo entonces, el Sol se puso.

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