martes, 22 de mayo de 2012

Luna Sangrienta - Parte I



Al llegar la noche, la fortaleza de los Khazra desapareció por completo para convertirse en un mero bosquejo de piedras escarpadas en las que era imposible distinguir las almenas o sus pórticos. Nos habíamos encaramado a la muralla usando una cuerda que Karl había llevado para la ocasión. En primer lugar había subido el caza demonios para asegurarse de que el camino estaba despejado, pues era el más sigiloso de todos nosotros. En cuanto recibimos la señal, el resto seguimos sus pasos, excepto Yuan, la maga, quien utilizó la técnica de teletransporte para alcanzar nuestro destino, lo que pareció enfurecer a Jamboe más de la cuenta. Por lo visto, a los umbaru no les gustaba ese tipo de magia proveniente de las energías arcanas del universo. Ellos, por el contrario, tienen una firme creencia en el poder de la tierra y en la fuerza de los espíritus. Después de aquella larga noche en la que ocurrieron un sin fin de cosas increíbles, doy fe de que es mejor enfadar a un Quebrantasedios que a un médico brujo.

Con gran cautela, abandonamos las almenas sin que uno sólo de los hombres cabra nos viera. El interior de la fortaleza estaba lleno de pasillos escarbados en la roca que no habían sido pulidos, por lo que las paredes estaban llenas de peligrosas aristas. Cada pocos metros colgaba una tea encendida o un estandarte del clan de Gouler donde el cráneo de un carnero cruzado por dos espadas nos recordaba constantemente que estábamos en sus dominios.

Tanto los pasillos como las estancias tenían los techos altos, pues los Khazra eran unas criaturas de gran estatura incluso obviando sus cuernos. Dejamos atrás los corredores de acceso a las almenas y nos adentramos en lo que parecía una habitación de retén de la guardia, pero que, como el resto, estaba extrañamente vacía. Puse de manifiesto mi inquietud ante la falta de oposición, pero todos mis compañeros parecían estar muy tranquilos, como si para ellos fuera una tarea cotidiana adentrarse en una fortaleza enemiga. Jamboe, ignorando mis muestras de preocupación, olisqueó una jarra olvidada sobre una mesa que contenía un brebaje espeso y que probó con la punta del dedo.

- ¡Maldita sea! – Exclamó.

Ante la exclamación del médico brujo, Karl empuñó una de sus ballestas, Yuan recubrió su cuerpo de escarcha y Kalil alzó el bastón ritual a la espera de los enemigos.

- Esta zarzaparrilla es estupenda – Continuó Jamboe – Deberíais probarla. ¿Cómo la harán?

- Cierra el pico – Masculló Kalil - viejo loco.

Después de aquel pequeño sobresalto, continuamos nuestro sigiloso camino. Karl siempre en cabeza, nos indicaba el camino a seguir en todo momento. Incluso ahora dudo que el caza demonios supiera a donde se dirigía, pero lo hacía con tanta soltura y determinación que ninguno de nosotros dudábamos de él cada vez que giraba a izquierda o derecha.

Descendimos tres plantas de las murallas sin cruzarnos con ningún enemigo y con cada escalón mi intranquilidad continuaba en aumento, pero ya no me atrevía a decir nada por temor a que mis compañeros pensaran que me dominaba el miedo. Al llegar al patio principal nos encontramos con un pequeño grupo de cuatro Khazras armados con sendas bardiches e iluminados por la brillante luz de la luna llena que entraba por las almenas. Hablaban en su extraño idioma compuesto por constantes chasquidos y parecían bastante relajados para ser la única guardia nocturna que protegía el pórtico principal.

Karl me hizo una señal para que me quedara quieto y no interviniera, pero llamó a la maga para que le echara una mano. Jamboe me pasó el brazo por encima del hombro y me susurró unas palabras de ánimo al oído. Parecía divertirse ante mi falta de agallas.

Yuan se adelantó y Karl se encaramó a la muralla como una araña usando unos arpones. En cuanto se detuvo, su contorno pareció diluirse con la penumbra reinante. Sabía que estaba esperando a que los hombres cabra se movieran para soltar una lluvia de saetas sobre ellos. Sin embargo, fue la maga quien salió de las sombras con paso decidido envuelta en su oscura túnica. Al instante, uno de los Khazra se incorporó con el arma en ristre, pero Yuan fue mucho más rápida. Su cuerpo desapareció para hacerlo un segundo después en el centro del grupo de hombres cabra. De su delgada figura emergió un estallido de escarcha que recubrió a sus enemigos inmovilizándoles por completo. Karl saltó desde la pared dibujando una acrobacia imposible en el aire hasta caer junto a la maga. Nada más tocar el suelo, el caza demonios giró sobre si mismo lanzando una decena de dagas a su alrededor.

Los cuerpos sin vida de la pequeña guardia nocturna cayeron al suelo sin haber podido presentar batalla a sus atacantes, pero, a mí pesar, seguía teniendo la misma extraña sensación. Todo aquello era excesivamente fácil. Durante la vigilancia, habíamos contado cerca de cuarenta efectivos organizados en rondas muy sofisticadas que cubrían todos los rincones y, a pesar de ello, habíamos entrado con pasmosa tranquilidad.

- Jamboe – Susurré.

- Dime, joven guerrero.

Me contestó guiándome por el patio interior en dirección al resto de nuestros compañeros que se reunían alrededor de los cadáveres.

- Creo que es una trampa.

- Por supuesto que lo es – Contestó con tranquilidad.

El médico brujo se quitó la túnica marrón que le cubría y sus acompañantes hicieron lo mismo. Jamboe llevaba unas escasas ropas tribales compuestas por caña, madera y tela, todo tintado de un color verde oscuro. Del interior del zurrón que siempre llevaba consigo, sacó una máscara con medio centenar de plumas también verdes y ocultó su rostro para convertir sus facciones en las de un lagarto.

Kalil vestía unas ropas ceremoniales de un rojo y amarillo intensos. Sobre los hombros, la cintura y las piernas unas placas de metal eran la poca armadura que le protegerían de un golpe propinado con poca fuerza. Apenas le había visto combatir, pero sabía que era un luchador experto por la forma en cómo se había puesto en guardia y empuñaba su bastón.

Yuan nos deslumbró con su azul armadura de extremos puntiagudos y afilados. Parecían unas piezas de gran valor que resplandecían bajo la luz de la luna como un lucero y que, sin lugar a dudas, llamarían mucho la atención de nuestros enemigos. Tal vez aquella era la intención de la poderosa hechicera Xian, pues empuñó una varita y un orbe mágico a la espera de descargar todo su poder.

De repente, como si mi entendimiento hubiera estado escondido por algún rincón de mi conciencia hasta ese momento, comprendí que todos sabían que nos habíamos metido de lleno en una ratonera.

- ¿Ya sabías que era una trampa? – Pregunté con incredulidad.

- Por supuesto – Contestó Kalil con su profunda voz oculta tras un casco dorado – Cuando nos vieron atravesar el prado se retiraron para que facilitar nuestra entrada. Peor para ellos.

Las pisadas de un centenar de pezuñas empezaron a resonar por nuestro alrededor como si fueran los truenos que presagiaran la tormenta. Por doquier, aparecieron Khazras armados con hachas, bardiches, lanzas y bastones. Estábamos perdidos. Un ejército completo de aquellas bestias nos tenía rodeados y la única salida estaba bloqueada. Con cobardía pensé en correr hacia el pórtico de la fortaleza y abrirlo, pero yo solo habría sido incapaz y estaba claro que mis compañeros no pensaban rehuir una buena batalla.

Jamboe lanzó unos pequeños huesecillos al suelo y pronunció unas palabras que parecieron surgir de una garganta que habitaba en una oscura dimensión. Al instante, tres cuerpos emergieron a través de las rocas del suelo. Al principio pensé que se trataban de unos perros demoníacos, pero al mirarlos con más atención comprobé que su cuerpo deforme no se parecía a ningún animal que habitara en Santuario. Pero el médico brujo no se detuvo ahí, el suelo se partió al son de sus palabras y algo monstruoso vino del más allá para seguir sus órdenes. En aquel momento hubiera sido incapaz de describirlo, pero con el tiempo mis recuerdos se han ido aclarando respecto a la criatura invocada por Jamboe. Se trataba de un muerto viviente bajo su control compuesto por carne en su mayoría, aunque allí donde ésta faltaba se veía con claridad un hueso roído y pútrido. Su altura era colosal, superando a Kalil, el más alto del grupo, en más de medio cuerpo. Su rostro deforme no transmitía, en absoluto, algo de inteligencia, pero cuando me miró con sus ojos hundidos en un cráneo lleno de carne putrefacta un escalofrío me recorrió la espalda.

Alguien aplaudió al fondo del largo patio interior. Los hombres cabra que nos habían rodeado abrieron un pasillo para que pudiéramos ver a su cabecilla que, para nuestra sorpresa, no era de su raza. Se trataba de un hombre de mediana edad, de fuerte musculatura y que vestía una armadura pesada de color gris sin apenas adornos.

- Por fin te tengo donde quería – Dijo.

- ¿Quién eres? – Preguntó Karl, aunque tanto él como yo ya teníamos una ligera idea de quien se trataba.

- Me llamo Garmond – Contestó – Entiendo que no me reconozcas muchacho, pues soy bastante más joven que la última vez que nos vimos.

- ¿Qué maléfico pacto has hecho? – Pregunté mientras desenfundaba la Venganza de Vedesfor, pues ahora sabía que me encontraba frente al asesino de mi antiguo maestro.

- Mi amo Gouler es poderoso y me ha pedido algo muy simple a cambio de devolverme mi esplendor… tu cabeza.

La mano acorazada me señaló y una furia interior me invadió con tanta intensidad que a punto estuve de lanzarme al combate. Sin embargo, un brutal grito nos distrajo a todos por igual, pues los Khazra parecían tan sorprendidos como nosotros cuando vieron sobre las almenas la figura de un poderoso bárbaro gritando como sólo los bárbaros del Monte Arreat eran capaces de gritar. Casi se podían sentir las vibraciones de su voz sobre la piel. Vestía unas piezas de armadura con cuernos de metal, unas hombreras llenas de espinas afiladas y un casco con penacho blanco que le cubría todo el rostro excepto la boca. Empuñaba un hacha a dos manos, de su cintura pendía una espada corta y de su espalda sobresalía el contorno de un escudo. Pude reconocerle gracias al atavío de pieles que le cubrían y, desde luego, nunca pensé que nos seguiría tras la negativa recibida en la posada del Túmulo de Cuervo Sangriento.

- Nadie – Exclamó cuando su alarido cesó – Nadie rechaza la espada de Heremod, hijo del gran Larzuk.

Continuará...


Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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